
Biographie
Biography
Biografía
“Eidôlon”.
Comprender la obra de Jean-Marc Amigues es entrar en una curtiembre de imágenes y participar sin saberlo en una lección de anatomía sobre la ilusión en la que esta última es desollada. Sumergirse en su universo equivale a revivir la gran epopeya del siglo XIX de la imagen fotográfica, prometedora de magia, asombro y misticismo. Aquella que para justificarse, legitimarse y reproducir su magia, empleará el aparato científico y óptico promovido en los salones mundanos, como el praxinoscopio. El artista trabaja como un legista e interroga su relación con la imagen, el simulacro y sus condiciones de existencia.
Esta toma de rehenes se la debemos, ya que los motivos que nos da en su caja amasada son oníricos, extraídos de sus viajes en familia, falsamente evocadores de nostalgia, de reminiscencia mnésica, de un “eso fue” o un “ya visto” tomado de lugares omnibus. Por la evocación de una cierta “fotogenicidad” y el uso del desenfoque en blanco y negro y los tonos auburn carmesí, podríamos conferir a su imagen un carácter votivo o conmemorativo de un tiempo nostálgico resistente al olvido como una madeleine de Proust, pero sería extraviarse entregándose a la “pareidolia”. De hecho, al restringirse al régimen del formal, el espectador, por la aparente fotogenicidad atenuada por efectos de blow-up, caería en el escollo de una pintura con un carácter mortífero. Sin embargo, su pintura no tiene vocación de ser conmemorativa.
El tema que se nos muestra es simplemente un pretexto, un tema a desarrollar, un motivo a percibir. Son ocasiones que gravitan en el cotidiano del artista (viaje, foto de familia, etc.) que éste utiliza como modelo para pintar (paisaje urbano, bosque, retrato). El tema de la pintura es, por lo tanto, intrínsecamente y eminentemente banal, despojado de todo significado ya que los objetivos de esta pintura son evidentemente distintos.
Antes de ser artista, Jean-Marc Amigues es ante todo médico y su obra que ahora se revela al público no estaba destinada a serlo. Su obra estaba destinada a ser un largo monólogo obsesivo shakesperiano sobre la esencia de las cosas, como el psitacismo de Narciso dialogando con Eco. El cuadro no es un fin en sí mismo, sino una reflexión sobre la imagen contemporánea.
La obra de Amigues es sólo un resultado de experiencia pictórica sobre la metafísica de la ilusión que él descompone clínicamente por un protocolo científico cuyo postulado se resumiría en las condiciones de opticidad de una ilusión y no del engaño visual, aunque ambos juegan con nuestros sentidos.
Esta distinción es importante porque a primera vista identificamos el artefacto y admitimos el engaño a los sentidos, de ser inicialmente engañados por una imagen manipulada humanamente con una técnica particular que tiene como objetivo imitar las cosas en un marco generalmente ostentoso. Es el elogio de una hazaña técnica que se reconoce en un artista que utiliza las propiedades de la óptica para acercarse lo más posible a la realidad (es la cuadratura y la perspectiva albertiana, el uso de la cámara oscura por Vermeer, el hiperrealismo, etc…) o un artesano (estuco en falso mármol, etc.).
La ilusión, por otro lado, es más insidiosa, más astuta, ya que se hace pasar por otra cosa, como un espejismo.
Para que la alquimia y su veracidad operen, el artista establece un protocolo técnico en el que se entrelazan subrepticiamente:
” Efecto de fotogenicidad ” para la evocación de verosimilitud;
” Difuminado del referente ” para la opacidad del rendimiento que ofrece una latencia a su pintura y obliga al espectador a reconstruir mentalmente el sujeto para intentar identificarlo;
” Borrado de la picturalidad ” por de-texturización de la materia, mecanicidad de los procesos de realización y agraphía del artista.
La obra se promueve así como acheiropoiète (no hecha por mano humana), icono por excelencia, que pretende entrar en la mitología del “Santo Sudario” llamado velo de Verónica (VERONICA anagrama de VERA ICONO).
Cuando su pintura, por su fragilidad, revela el engaño y la magia de la ilusión se desvanece, lo que queda es una muda, una piel de simulacro, encarnada por el medio de la pintura. Este hecho nos libera de la ambigüedad que plantea la imagen y nos hace entender que la imagen cobra vida solo a través de la mirada del espectador, que adquiere sentido solo a través de la mirada. Solo queda aceptar la pintura por lo que es y que su historia comienza solo en el umbral de nuestras dudas, el umbral de nuestras certezas.
Lionel Geny